Hemos crecido en la cultura de la racionalización en la que las decisiones al igual que la educación o los grandes propósitos se tomaban tras hacer balance de qué era considerado lo correcto, relegando el papel fundamental de las emociones o casi anulándolo por completo. Durante mucho tiempo nos hemos olvidado se sentir, de entender y de aplicar eficazmente el poder de las emociones como fuente de energía humana, información, conexión e influencia y esto se ha hecho en el ámbito personal y organizativo. Lo cierto es que los predictores de la inteligencia que se habían considerado más importantes hasta ahora, han quedado obsoletos y se ha descubierto que lo que realmente nos hace inteligentes es nuestra forma de relacionarnos con nuestro entorno, entendiendo nuestras propias emociones y la del resto de personas con las establecemos cualquier tipo de relación. Esto es la inteligencia emocional.
Igualmente, y de forma errónea se ha considerado la aplicación de las emociones a la empresa como exposición vulnerable del sistema organizativo, sin embargo, hoy sabemos que la principal fortaleza de una organización reside en la humanizar las relaciones que se establecen entre cada uno de sus trabajadores, identificando emociones (propias y ajenas). Esto genera autonomía, compromiso, fomenta de independencia frente al desempeño, aumenta los niveles de felicidad de los trabajadores lo cual repercute en el desarrollo del talento y otras muchas competencias de carácter positivo que en última estancia repercuten en los objetivos organizacionales.
Muchas veces nos empeñamos en poner en marcha protocolos sofisticados para erradicar problemas como las malas relaciones, incumplimiento de objetivos, bajas laborales o incidencias relacionadas con el absentismo. Igualmente se generan juicios infundados desde nuestra propia visión de las cosas, sobre todo, después de haber atendido solo a una de las partes implicadas. Se generan rumores, desconfianza y desmotivación que repercuten en el adecuado funcionamiento “emocional y estratégico” de la empresa y se rompen relaciones de forma casi irreversible. Ver más allá de los hechos, sentarnos con los trabajadores que no cumplan los objetivos propuestos (porque siempre existen motivos), preocuparnos de que “esté a gusto” y comprender que por encima de ser trabajadores somos personas, esto no es otra cosa sino llevar la inteligencia emocional, las emociones, a la empresa.